Escrito por:
María de los Ángeles Rubio
Todo comienza con una mujer, una mujer y un hombre. A la mujer
le gusta la poesía, al hombre le gustan las galletas. Tienen sexo, tienen
dudas, tienen drogas. Late un feto en su vientre. El feto se hace niño,
adolescente y luego hombre. Al hombre le gustan las galletas, a la mujer le
gusta la poesía.
Antes de ser mujer fue niña: Se trastumbaba por las paredes,
gateaba, rompía, lloraba, desgarraba. Luego fue adolescente: Ocasionalmente
salía con hombres y en ellos depositaba sus expectativas. Le rompieron el
corazón incontables veces. Así conoció la mejor música triste del mundo.
Idealizaba a las personas, al amor. Podía darse el lujo de perder el tiempo,
nunca llevaba un reloj encima, tanto mejor si caía la noche. En cierto sentido
usaba a las gentes, sin ser consciente de ello, para escribir su extraña poesía,
vivía para contar.
Un día conoció a un hombre hermoso en una casa, en todas las
casas, en ninguna casa; en un café, en todos los cafés, en ningún café; en la
ciudad, en las veredas, en todos los lugares y en ninguno. Le preguntó: - ¿Qué
estás buscando?– La miró, ella quedó petrificada, él se alejó en silencio sin
esperar respuesta alguna. De ese todos y ningún hombre, se enamoró profunda y
genuinamente.
Lo buscó en las plazas, en los suburbios, en las miradas. El
hombre era verdaderamente un fantasma. Los días pasaban, ella lo maldecía y lo
volvía a amar, lo mataba y lo revivía una y otra vez. El ciclo vicioso de
reconstruir el momento que había pasado hace meses, destruirlo y reconstruirlo,
la tenía ensimismada, completamente disociada de la realidad. Las figuras y las
palabras se arrastraban frente a sus ojos sin causar en ella reacción alguna.
Cuando ya no pudo recordar su rostro, ni su voz, y sus pies se
sentían hinchados, cesó de caminar y volvió a casa con vergüenza en su rostro.
Ahora se trastumbaba por las paredes, gateaba, rompía, lloraba, desgarraba.
La pequeña poetisa, niña pequeña, inmersa en sí misma, escuchó
una voz conocida que la llamaba por su nombre, alzó la mirada cuando se
atrevió, encontró a un hombre: - ¿Quieres una galleta? – Por un momento congeló
el instante, era él. Todos los hombres, ningún hombre, el hombre: Su padre.
En ese momento ella tomó la galleta, mordió la galleta y era lo
más real del mundo. Tuvo una regresión, donde se vio a si misma reflejada en su
pasado, pero sola, nunca y siempre sola. Los recuerdos se tornaban cada vez más
difusos, blancuzcos. Lo que proyecta en su mente no existe, pero ella… Ella sí,
y la galleta, y el hombre.
Septiembre, 2016