sábado, 3 de septiembre de 2016

G a l l e t a // D e p r e s i ó n



Escrito por:
María de los Ángeles Rubio


Todo comienza con una mujer, una mujer y un hombre. A la mujer le gusta la poesía, al hombre le gustan las galletas. Tienen sexo, tienen dudas, tienen drogas. Late un feto en su vientre. El feto se hace niño, adolescente y luego hombre. Al hombre le gustan las galletas, a la mujer le gusta la poesía.

Antes de ser mujer fue niña: Se trastumbaba por las paredes, gateaba, rompía, lloraba, desgarraba. Luego fue adolescente: Ocasionalmente salía con hombres y en ellos depositaba sus expectativas. Le rompieron el corazón incontables veces. Así conoció la mejor música triste del mundo. Idealizaba a las personas, al amor. Podía darse el lujo de perder el tiempo, nunca llevaba un reloj encima, tanto mejor si caía la noche. En cierto sentido usaba a las gentes, sin ser consciente de ello, para escribir su extraña poesía, vivía para contar.

Un día conoció a un hombre hermoso en una casa, en todas las casas, en ninguna casa; en un café, en todos los cafés, en ningún café; en la ciudad, en las veredas, en todos los lugares y en ninguno. Le preguntó: - ¿Qué estás buscando?– La miró, ella quedó petrificada, él se alejó en silencio sin esperar respuesta alguna. De ese todos y ningún hombre, se enamoró profunda y genuinamente. 

Lo buscó en las plazas, en los suburbios, en las miradas. El hombre era verdaderamente un fantasma. Los días pasaban, ella lo maldecía y lo volvía a amar, lo mataba y lo revivía una y otra vez. El ciclo vicioso de reconstruir el momento que había pasado hace meses, destruirlo y reconstruirlo, la tenía ensimismada, completamente disociada de la realidad. Las figuras y las palabras se arrastraban frente a sus ojos sin causar en ella reacción alguna.

Cuando ya no pudo recordar su rostro, ni su voz, y sus pies se sentían hinchados, cesó de caminar y volvió a casa con vergüenza en su rostro. Ahora se trastumbaba por las paredes, gateaba, rompía, lloraba, desgarraba.

La pequeña poetisa, niña pequeña, inmersa en sí misma, escuchó una voz conocida que la llamaba por su nombre, alzó la mirada cuando se atrevió, encontró a un hombre: - ¿Quieres una galleta? – Por un momento congeló el instante, era él. Todos los hombres, ningún hombre, el hombre: Su padre. 

En ese momento ella tomó la galleta, mordió la galleta y era lo más real del mundo. Tuvo una regresión, donde se vio a si misma reflejada en su pasado, pero sola, nunca y siempre sola. Los recuerdos se tornaban cada vez más difusos, blancuzcos. Lo que proyecta en su mente no existe, pero ella… Ella sí, y la galleta, y el hombre.


Septiembre, 2016